Elvira Narvaja de Arnoux por encurtador.com.br/aiyAB |
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Literatura paraguaya superstar y realidad política
A partir de La literatura ausente: Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista, crucial ensayo de Carla Benisz, el autor de esta nota propone una narración crítica y una crítica historiográfica de la novela histórica paraguaya más allá de la Guerra del Chaco y de la autoconsciencia literaria nacional más allá de la caída de Stroessner.
Para quienes rutinaria aunque pausadamente añadimos libros en el mismo estante donde hicimos lugar para la Historia Crítica de la Literatura Paraguaya en el fin del Siglo XX que nos ha propuesto Carla Daniela Benisz, las virtudes que distinguen de sus vecinos a La literatura ausente: Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista (2018) saltan a la vista aun para los más distraídos a la hora de mirar. Los de este compendioso volumen se daban por sentados en un horizonte retrospectivo más y más distante a medida que corremos en veloces líneas de fuga hacia delante: rasgos antes comunes, hoy singulares. La precisión en el foco, una argumentación progresiva, dialéctica, una narrativa histórica dinámica antes que una descripción más teórica y ‘modelizadora’ –más estática-, un conocimiento, laboriosamente obtenido, de los temas y problemas que han elegido tratarse -más acá y más allá, por encima y por debajo de lo que de ellos exponen las páginas en un orden que es construcción suya propia-, fértil acoplamiento múltiple de historia, teoría, crítica literarias. A lo que convendría adicionar una intimidad con la literatura paraguaya, y con la literatura a secas, que jamás finge ser familiaridad.
“Es imprevisto, pero es moral”, es el estribillo que entonan al final de la ópera La gran duquesa de Gérolstein: es muy imprevisto pero es muy bueno cuando la primera obra que se publica sobre un espinoso plexo de cuestiones nacionales imbricadas de historia y de literatura, lejos de merecer la indulgencia y el aliento reservado a las primerizas, nos arranca el pasmo ante la maduración sin precipitaciones de sus resultados y la riqueza de sus materiales y puntos de vista.
Hay una virtud del libro que ni iba ni va de suyo, ni se contaba ‘por default’ entre aquellos esfuerzos ejemplares de antaño. Es que Benisz cumple con una tarea política urgente, tal vez ancilar o metodológica y por eso poco elogiada y menos practicada. Sin pedagogías inelegantes o didactismos extenuantes, La ‘literatura ausente´’: Augusto Roa Bastos y las polémicas del Paraguay post-stronista es una obra perfectamente inteligible para quien quiera leerla fuera del Paraguay. Repone con nitidez y apretada justeza los contextos de cada instancia de las polémicas de las que su autora se ha vuelto historiadora, y lo hace con profundidad de campo. Distinguimos, en cada giro, protagonistas (el novelista ‘histórico’ Augusto Roa Bastos), deuteroagonistas (el novelista ‘histórico’ Guido Rodríquez Alcalá) y antagonistas (los poetas y narradores, más ‘ahistóricos’, Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal). Advertimos, inferimos qué posiciones son axiales o dicen serlo, cuáles laterales o paralelas, cuáles marginales, cuáles, o ningunas, son excéntricas.
Con una abundancia que hasta ahora se había preferido dejar de lado, Benisz construye una narrativa consistente de la actividad de Roa Bastos, menos desganada o esporádica de lo que se le atribuía, en el ámbito público de las ‘instituciones’ literarias. A lo largo de este período, a la larga muy largo, el exiliado superestrella había abandonado su domicilio extranjero pero en su residencia patria ni se había desprendido ni tenía por qué hacer el ademán de despojarse de la estelaridad y pleitesía exteriores de las que gozaba a gusto. Que las publicaciones del autor, en este período, y en esta función, hayan sido ante todo ensayísticas no la vuelve ni menos obra ni menos literaria.
De una manera intricada, la dignidad literaria del ensayo como ‘género mayor’ –en especial, aquí, en el canon paraguayo- nutre una línea argumentativa favorita de Benisz, que despliega en variados planos y sobre telones contrastantes.
La necesidad de ser probatoria –por detrás del libro de Benisz hay una lograda Tesis doctoral en Letras en la argentina Universidad de Rosario- pone un límite (no un freno) a la digresión y la hipótesis alternativa: la Tesis doma a las tesis. Pero sin embargo las sugiere, y acicatea. Somos nosotros los que damos un paso más, o de más, de puro invertidos. Porque la elevación o promoción de rango estatutario del ensayo en la biobliografía del novelista no es una ampliación del campo de batalla, sino el dibujo de una nueva cartografía: otros mapas, otros territorios. Tanto es así, que, en vez de que una propiedad transitiva fluyera, en su sistema de vasos comunicantes, de las novelas canónicas a los ensayos reciénvenidos, es la ficción de Roa Bastos la que se vuelve tanto más literaria a fuerza de ser en definitiva bastante poco narrativa. Pasan muy pocas cosas en Yo el supremo (1974), fascinante reflexión ensayística, de ‘filosofía de la historia’ antes que ficción, obsesivos días circulares del príncipe-dictador en su palacio de hierro, encerrado con un solo juguete amanuense, prosa cuyo tema inagotable son las inagotables posibilidades de la prosa, habla de una lengua que hizo del estilo el código de barras de la escritura. O, puestos en perspectiva, pasan menos cosas en Hijo de hombre (1960), por no hablar de El fiscal (1993), que en La babosa (1952) o en Los exiliados (1966) de Gabriel Casaccia o en Diagonal de sangre (1986) de Juan Bautista Rivarola Matto. ¿Será un rasgo fatal o destino manifiesto de la novela en el Paraguay? ¿Que la Historia sea lo único que pase, el único acontecimiento, en las historias? Pasan pocas cosas en La querida (2008) de Renée Ferrer, en El invierno de Gunter (1987) de Juan Manuel Marcos; pasan pocas cosas en Caballero (1986), en Caballero Rey (1988), pasan muchas más en El rector (1991) –se me dirá que esta gran novela eclesiástica disfraza, o camufla, adrede, al Paraguay.
Pero, ¿tienen que pasar cosas, en una narrativa, en una literatura de ficción nacional en su conjunto? A esta pregunta se han dado en el siglo XXI paraguayo contundentes respuestas afirmativas y elusivas o enfáticas respuestas negativas (y muchas otras, desde luego: pero no le pueden reprochar a mi simplificación el hecho de que sea simplificadora).
Una respuesta afirmativa hay en la ‘tarantinización’ de cierta novela y cine paraguayo: todas las vísceras son color escarlata vivo, el corazón potente bombea una sangre sin coágulo ni sueño ni trombosis. Pasan muchas cosas, pasan rápido, una detrás de la otra, sin morosidad de comentario ni pudor de cámara elíptica ni ahorro en fluidos corporales restallantes y estallados. Un karaoke que canta, sin precisar de subtítulos ni acentos, versiones crudas pero prestigiadas de la representación de la violencia: lo que prometía ser una escuela de narrar-narrar, de realismo sucio, de plurales historias insólitas o inexploradas en lugar de la sólita Historia acabó por astucia de la sinrazón, en sentimental, nunca ingenua, metanarrativa posmoderna.
Una respuesta negativa, de una ingenuidad sin gusto por el sentimentalismo, encontramos en el enamoramiento (muy poco contemplativo, más bien hiperactivo) con las posibilidades de la situación lingüística única del enclave mediterráneo del Paraguay, con su castellano de la Cuenca del Plata o del Chaco, su guaraní paraguayo, sus otras lenguas amerindias en profundidad de campo, su portugués de televisión brasileña, sus civilizados, cultos, eruditos portuñoles salvajes, su canchero jopara. El efecto es sublime antes que bello; terrible, aterrador, terrorífico y a veces terrorista. De la belleza conceptual y musical, de sonido y sentido, de la poesía de un Joaquín Morales a las composiciones sin dudas no menos bellas ni relevantes, pero que se reservan una zona de excepción, un fuero de exclusión de jurisdicción, que no admite retaceos, porque cada palabra ha de entenderse como Damián Cabrera en Ciudad del Este o Douglas Diegues en Pedro Juan Caballero o Cristino Bogado en Lambaré o en la Recoleta en tiempos del stronato o el seudónimo Edgar Pou en todas partes… Y, falto de estas competencias, que un kurepa, por definición, jamás llegará a dominar a la altura de los nativos, ¿quién puede, sabiéndose deficiente, deficitario, ser inhospitalario en esta tierra baldía?
La necesidad de ser probatoria –por detrás del libro de Benisz hay una lograda Tesis doctoral en Letras en la argentina Universidad de Rosario- pone un límite (no un freno) a la digresión y la hipótesis alternativa: la Tesis doma a las tesis. Pero sin embargo las sugiere, y acicatea. Somos nosotros los que damos un paso más, o de más, de puro invertidos. Porque la elevación o promoción de rango estatutario del ensayo en la biobliografía del novelista no es una ampliación del campo de batalla, sino el dibujo de una nueva cartografía: otros mapas, otros territorios. Tanto es así, que, en vez de que una propiedad transitiva fluyera, en su sistema de vasos comunicantes, de las novelas canónicas a los ensayos reciénvenidos, es la ficción de Roa Bastos la que se vuelve tanto más literaria a fuerza de ser en definitiva bastante poco narrativa. Pasan muy pocas cosas en Yo el supremo (1974), fascinante reflexión ensayística, de ‘filosofía de la historia’ antes que ficción, obsesivos días circulares del príncipe-dictador en su palacio de hierro, encerrado con un solo juguete amanuense, prosa cuyo tema inagotable son las inagotables posibilidades de la prosa, habla de una lengua que hizo del estilo el código de barras de la escritura. O, puestos en perspectiva, pasan menos cosas en Hijo de hombre (1960), por no hablar de El fiscal (1993), que en La babosa (1952) o en Los exiliados (1966) de Gabriel Casaccia o en Diagonal de sangre (1986) de Juan Bautista Rivarola Matto. ¿Será un rasgo fatal o destino manifiesto de la novela en el Paraguay? ¿Que la Historia sea lo único que pase, el único acontecimiento, en las historias? Pasan pocas cosas en La querida (2008) de Renée Ferrer, en El invierno de Gunter (1987) de Juan Manuel Marcos; pasan pocas cosas en Caballero (1986), en Caballero Rey (1988), pasan muchas más en El rector (1991) –se me dirá que esta gran novela eclesiástica disfraza, o camufla, adrede, al Paraguay.
Pero, ¿tienen que pasar cosas, en una narrativa, en una literatura de ficción nacional en su conjunto? A esta pregunta se han dado en el siglo XXI paraguayo contundentes respuestas afirmativas y elusivas o enfáticas respuestas negativas (y muchas otras, desde luego: pero no le pueden reprochar a mi simplificación el hecho de que sea simplificadora).
Una respuesta afirmativa hay en la ‘tarantinización’ de cierta novela y cine paraguayo: todas las vísceras son color escarlata vivo, el corazón potente bombea una sangre sin coágulo ni sueño ni trombosis. Pasan muchas cosas, pasan rápido, una detrás de la otra, sin morosidad de comentario ni pudor de cámara elíptica ni ahorro en fluidos corporales restallantes y estallados. Un karaoke que canta, sin precisar de subtítulos ni acentos, versiones crudas pero prestigiadas de la representación de la violencia: lo que prometía ser una escuela de narrar-narrar, de realismo sucio, de plurales historias insólitas o inexploradas en lugar de la sólita Historia acabó por astucia de la sinrazón, en sentimental, nunca ingenua, metanarrativa posmoderna.
Una respuesta negativa, de una ingenuidad sin gusto por el sentimentalismo, encontramos en el enamoramiento (muy poco contemplativo, más bien hiperactivo) con las posibilidades de la situación lingüística única del enclave mediterráneo del Paraguay, con su castellano de la Cuenca del Plata o del Chaco, su guaraní paraguayo, sus otras lenguas amerindias en profundidad de campo, su portugués de televisión brasileña, sus civilizados, cultos, eruditos portuñoles salvajes, su canchero jopara. El efecto es sublime antes que bello; terrible, aterrador, terrorífico y a veces terrorista. De la belleza conceptual y musical, de sonido y sentido, de la poesía de un Joaquín Morales a las composiciones sin dudas no menos bellas ni relevantes, pero que se reservan una zona de excepción, un fuero de exclusión de jurisdicción, que no admite retaceos, porque cada palabra ha de entenderse como Damián Cabrera en Ciudad del Este o Douglas Diegues en Pedro Juan Caballero o Cristino Bogado en Lambaré o en la Recoleta en tiempos del stronato o el seudónimo Edgar Pou en todas partes… Y, falto de estas competencias, que un kurepa, por definición, jamás llegará a dominar a la altura de los nativos, ¿quién puede, sabiéndose deficiente, deficitario, ser inhospitalario en esta tierra baldía?
Los asuntos de los que La literatura ausente hace su carne y su eje son de una importancia, en el contexto paraguayo y sudamericano, que no puede hacerse a un lado: todo lo que conjeturemos (o desconozcamos) en un aquí y ahora al menos tres décadas posterior sólo puede decirse (y será inexorablemente interpretado) atendiendo a ellos y adoptando una posición política activa o pasiva (pero jamás invisible) en respuesta y contestación. Después del libro de Benisz, será menos fácil afectar desenvoltura en la opción de sacudirse de los hombros los años acaso desperdiciados pero en absoluto huecos que siguieron la noche bífida del 2 al 3 de febrero de 1989, –aquella fiesta de la Virgen de la Candelaria cuando el general colorado Alfredo Stroessner, ocho veces reelecto presidente de Paraguay desde 1954, fue derrocado por su consuegro el general colorado Andrés Rodríguez. Más difícil despertar de la pesadilla de la historia (política, social, pero también cultural y literaria) como si nunca la hubiéramos soñado, y cantar el peán de la victoria identitaria y diferencial de la patria querida del Chaco Boreal y la Triple Frontera, el vencer sin morir guarañol, portuñol, políglotas, heteroglósico, glosolálico de una literatura que hoy canta presente con aviso aun cuando no pasan lista.
Tradicionalmente –y, hay que decirlo: razonablemente-, desde el final catastrófico y genocida de la Guerra Guasu (1864-1870), el futuro país de Itaipú y Yacyretá oscilaba pendularmente en alianzas con sus victimarios brasileños o argentinos. Hoy las ciudades de Asunción (de donde llegó en 1580 Juan de Garay, el fundador de Buenos y Aires) y Ciudad del Este (ex Puerto Stroessner) conocen un florecer de sus clases medias urbanas sin precedente previo comparable en este último país rural hispanoamericano (en otro extremo continental, salvo la prosperidad, es la encrucijada de Honduras). La literatura paraguaya de los últimos diez años, en este siglo XXI –otro tanto podría afirmarse de la boliviana- ha aportado un caudal de renovación formal que la destaca por encima de la media continental: esta constatación, sin embargo, dista de ser la expresión de un consenso internacional, y ni siquiera existe este en cada nación, por fuera de cuyas respectivas fronteras la difusión es irregular, despareja, y escasa. Ante esta situación, sobre la cual sí existe un consenso sin disidencia o retaceo, la literatura paraguaya y sus adalides oscilan sin cansancio ni declarado salto categorial –hay que decir que razonablemente para sus objetivos- de la demanda de reconocimiento institucional de una excelencia y valías superiores y únicas al activismo okupa que exige el pago minucioso y desglosado de un cupo, una cuota y un hándicap de representación proporcionales como integrantes de pleno derecho del Mercosur y otros conciertos. Hay que decir también que nadie parece haber sido tan reticente como para prescindir, en este movimiento pendular pero integrador, de la apelación al recurso extraordinario sin haber sufrido derrota en la instancia ordinario. Como prueba de la excelencia, el uso del guaraní en una literatura heteroglósica jopara que resulta en la creación en perpetuo curso de una lengua literaria siempre nueva, de un poder proteico inigualado (un jaspeado rutilante de castellano y guaraní que no es ni lo uno ni lo otro ni mucho menos un a + b sobre sobre 2) a la vez erige a los usuarios en los únicos jueces válidos: porque a la crítica foránea de los que no sean hablantes nativos siempre se le puede decir (y seguramente sin exageración ni jactancia) que no ha entendido lo suficiente, por no ser un hablante nativo. Como exigencia de cuota o cupo, se suele añadir la situación especial (pero paradójica) atribuida al arte en Paraguay de víctima y militante en una transición democrática perpetuamente postergada, traicionada, neutralizada e inviabilizada, que sirve a la vez para invocar estándares críticos especiales y para incluir un coeficiente multiplicador del sentido y significación de la obra: un certificado universal de la relevancia del arte nacional.
En todo lo anterior, y en mucho más, nos hace pensar el libro de Benisz. El libro que es a la vez balance de un cuarto de siglo de historia intelectual, literaria, cultural, social, política del Paraguay. Pero es, también, programa de crítica por venir. Carla Benisz sabe cómo hacerlo. Esperamos, deseamos, que pueda hacerlo. El mundo es ancho y ajeno.
Una versión reducida y diferente de este texto fue leída en la Casa de la Literatura “Augusto Roa Bastos” (Asunción, Paraguay) el 6 de septiembre de 2018.
Tradicionalmente –y, hay que decirlo: razonablemente-, desde el final catastrófico y genocida de la Guerra Guasu (1864-1870), el futuro país de Itaipú y Yacyretá oscilaba pendularmente en alianzas con sus victimarios brasileños o argentinos. Hoy las ciudades de Asunción (de donde llegó en 1580 Juan de Garay, el fundador de Buenos y Aires) y Ciudad del Este (ex Puerto Stroessner) conocen un florecer de sus clases medias urbanas sin precedente previo comparable en este último país rural hispanoamericano (en otro extremo continental, salvo la prosperidad, es la encrucijada de Honduras). La literatura paraguaya de los últimos diez años, en este siglo XXI –otro tanto podría afirmarse de la boliviana- ha aportado un caudal de renovación formal que la destaca por encima de la media continental: esta constatación, sin embargo, dista de ser la expresión de un consenso internacional, y ni siquiera existe este en cada nación, por fuera de cuyas respectivas fronteras la difusión es irregular, despareja, y escasa. Ante esta situación, sobre la cual sí existe un consenso sin disidencia o retaceo, la literatura paraguaya y sus adalides oscilan sin cansancio ni declarado salto categorial –hay que decir que razonablemente para sus objetivos- de la demanda de reconocimiento institucional de una excelencia y valías superiores y únicas al activismo okupa que exige el pago minucioso y desglosado de un cupo, una cuota y un hándicap de representación proporcionales como integrantes de pleno derecho del Mercosur y otros conciertos. Hay que decir también que nadie parece haber sido tan reticente como para prescindir, en este movimiento pendular pero integrador, de la apelación al recurso extraordinario sin haber sufrido derrota en la instancia ordinario. Como prueba de la excelencia, el uso del guaraní en una literatura heteroglósica jopara que resulta en la creación en perpetuo curso de una lengua literaria siempre nueva, de un poder proteico inigualado (un jaspeado rutilante de castellano y guaraní que no es ni lo uno ni lo otro ni mucho menos un a + b sobre sobre 2) a la vez erige a los usuarios en los únicos jueces válidos: porque a la crítica foránea de los que no sean hablantes nativos siempre se le puede decir (y seguramente sin exageración ni jactancia) que no ha entendido lo suficiente, por no ser un hablante nativo. Como exigencia de cuota o cupo, se suele añadir la situación especial (pero paradójica) atribuida al arte en Paraguay de víctima y militante en una transición democrática perpetuamente postergada, traicionada, neutralizada e inviabilizada, que sirve a la vez para invocar estándares críticos especiales y para incluir un coeficiente multiplicador del sentido y significación de la obra: un certificado universal de la relevancia del arte nacional.
En todo lo anterior, y en mucho más, nos hace pensar el libro de Benisz. El libro que es a la vez balance de un cuarto de siglo de historia intelectual, literaria, cultural, social, política del Paraguay. Pero es, también, programa de crítica por venir. Carla Benisz sabe cómo hacerlo. Esperamos, deseamos, que pueda hacerlo. El mundo es ancho y ajeno.
Una versión reducida y diferente de este texto fue leída en la Casa de la Literatura “Augusto Roa Bastos” (Asunción, Paraguay) el 6 de septiembre de 2018.
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