POR REN Ñ AR
Fue, como él quería, el maestro oculto y marginal de dos generaciones. A los 88 años, era un mito.
POR JORGE AULICINO - jaulicino@clarin.com
RICARDO ZELARAYAN, por SABAT
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Era zorro, cordial, amargo, se sentía golpeado, se definía a veces como “provinciano resentido”, y lograba que nadie supiese su edad, al punto que el único editor comercial que tuvo en vida señala en su página web que Ricardo Isidoro Zelarayán había nacido en 1940. También era coqueto, es cierto, pero no hubiese llegado a quitarse 18 años. Había nacido en 1922, el 21 de octubre, y casi todas las páginas web que hicieron crecer el mito que buscó empeñosamente crear consignan que era de Paraná, pero que se llamaba a sí mismo “tucumano-salteño” por adopción. A quien esto escribe, le dijo también, en este diario, que era santiagueño. Con la oposición capital-interior hacía su caballito de batalla. Pueden imaginar su risa gruesa, su voz ronca, cuando decía “los porteños creen que todos los del interior somos del campo”. De gauchos, paisajismo y regionalismo hablaba casi tan mal como del tango y el populismo porteño: todo impostación.
Ricardo Zelarayán, autor de cinco breves libros, dos de ellos de poemas, era profundamente culto. Y así como su zona de lenguaje era el campo plagado de urbanizaciones, de matorral y cemento, era –lo decía él– llamado el franchute por sus colegas, se supone que de la revista Literal que ayudó a crear en los sesenta (y aquélla era una revista de eminente sabor francés). También podía mirarte, terriblemente resfriado, y antes de decir que estaba por morir, enterado de que te resistías a continuar con Proust, advertirte: “No vas a poder salir de ese mundo”.
Zelarayán publicó La obsesión del espacio , cuyo texto central es el largo poema “La Gran Salina”, una pieza capital de la poesía argentina. Publicó, con José Luis Mangieri, Roña criolla , después el libro para chicos Traveseando y las semi novelas La piel del caballo y Lata peinada , de estirpe macedoniana. El año pasado, se publicó Ahora o nunca , su poesía reunida, que incluye numerosos poemas inéditos que hacía circular en fotocopias con el indisimulado propósito de que alguien escribiera alguna vez “sus poemas circulaban en fotocopias”. Sabía que todo gran escritor es un mito. Pero el mito no funciona si no se es un gran escritor . Con él, funcionó.
Hay una cosa: Zelarayán creía a pie juntillas que el lenguaje es la única realidad, de modo que para él todo era realismo. Se trataba de sacar de conversación las palabras para que esa realidad-irrealidad fuera evidente. Hacer patentes las cosas, hasta la irrealidad, tal la doctrina que nunca dijo. “Coloquial” se escribió de su lenguaje; puede ser, pero no coloquial porteñista, sino de esa franja del interior que no es el campo, no al menos el campo güiraldiano. En tal lenguaje coloquial estaba la realidad de esa zona de semi interior y de semi superficie, semi portuaria, global, culto-villera. Definir tal zona de lenguaje fue para Zelarayán definir paisaje, tema e ideología, porque el procedimiento implicaba su cosmos. Había que haber leído a Valéry para escribir así, para saber qué es una estructura, qué es máquina en la literatura, y qué es, finalmente, poesía absoluta.
Como decía en el comienzo de “La Gran Salina”, el misterio debería ser reemplazado por el pensamiento de trenes de carga que pasan de noche por la Gran Salina. Una realidad tan oclusa que el misterio en ella ni siquiera se deja entrever. Signo y materia.
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